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domingo, octubre 30, 2011

Ringo en tierra Azteca.

Desde que me enteré que el bataco zudo con la nariz más chueca en la historia del rock vendría a México, no tuve más opción que vender el boleto que ya tenía reservado para otro concierto.
Repentinamente me vi en la disyuntiva de decidir si adquiría un lugar caro o barato.
Los días pasaron cual nube empujada por el viento (mmm, no tan lento), y el mes de septiembre llegaba a su fin luego de las fiestas patrias y el atasque de garnachas.
Estaba de vuelta el "no se olvida" por las calles y luego el día en que los españoles nos vinieron a evangelizar.
En fin, que yo muy feliz y contento porque iba a ver al segundo Beatle que queda vivo en esta era, me dispuse a acudir al local que despacha boletos de ticketmaster. Al llegar, la persona encargada de revisar la disponibilidad y de entregar el boleto entrenaba al que, supongo yo, sería su sucesor, por lo que me impacienté y cual replicante invadido por un virus informático le pedí, amén con un tono de voz ronco y medianamente golpeado, que moviera su incipiente ser que el boleto para ver a Richie me estaba esperando. Me preguntó si quería en la media luna, le dije que donde se viera mejor, me reformuló la pregunta sobre el nombre del sosudicho artista que no le sonaba y tecléo los caracteres pertinentes.
"Ya no hay boletos para este evento, señor", exclamó con una especie de valemadrismo que invitaba a que me largase si no tenía otro asunto que atender.
Atónito como no podía estar, tomé un cuadernillo de los eventos de Octubre de la compañía que organiza toda esta mierda. Caminé por los pasillos del lugar hasta verme en la salida sin estar consciente del shock bajo el que me encontraba. Bajé las escaleras y crucé la acera para encontrarme en el amigable transporte rumbo a mi hogar.
Ni el ruidoso vendedor de discos piratas, ni las cumbias que retumbaban en el sistema de sonido con el mismo nombre que una novela de Michael Ende, ni el hablar incesante de las urracas féminas cuasi hexagenarias de mis espaldas, ni el infinito escándalo de cláxons y motores de los carros aledaños, lograron sacarme del trance emocional-existencial en el que me encontraba.
¿Cómo es que fui tan ingenuo para creer que a menos de diez días del concierto de Ringo Starr en el Auditorio Nacional, iba a tener la "fortuna" de encontrar boletos disponibles?
Y heme aquí externando mi frustración y tristeza por no poder ver a uno de los dos Beatles vivos, de no tener la suerte, como dice uno de mis compatriotas beatlémanos, de contarle a mis hijos que tuve la suerte de ver a 2 Beatles en concierto.
Si tu voluntad, oh karma instantáneo, ha sido negarme la asistencia al concierto de Starkey, debido a mi falta de disponibilidad y voluntad beatlémana en estos meses, declárome culpable.

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